Obras en distintos formatos como óleos, grabados, acuarelas y fotografías ponen de relieve las diferentes luchas sociales latinoamericanas y develan una faceta poco conocida pero muy vasta del Premio Nobel de la Paz en 1980, Adolfo Pérez Esquivel, en una muestra llamada «La revolución de la no-violencia» que se desplegará en el Museo Evita (ubicado en Lafinur 2988) desde el viernes hasta el 29 de octubre.
Con sus 91 años, Pérez Esquivel ingresa a la antesala de la muestra erguido, lúcido y enérgico para presentar la exposición que funciona como relato de una época, pero también como recorrido autobiográfico. Algunas de sus obras más emblemáticas funcionan como un pantallazo de su amplia carrera como escritor, artista y defensor de los derechos humanos, a la vez que recuperan movilizaciones sociales en Argentina como las del 2001, la dictadura militar argentina y también la crisis migratoria europea.
«Hay muchas obras acá, son de distintas épocas pero todas tienen que ver con lo mismo, sobre cómo lo artístico es la forma de encontrarnos con la realidad que viven los pueblos, y para mí América Latina siempre tiene una presencia muy fuerte», comenzó el galardonado con el Premio Nobel de la Paz en el Museo Evita.
La muestra
La primera obra que aparece en la muestra es «La espera», un dibujo a tinta que retrata mujeres de rasgos africanos, y que entra en diálogo con dos vitrinas cercanas donde se destacan algunas ediciones de sus libros, una correspondencia entre el artista y Barack Obama y, también, una réplica de la medalla del Nobel. Pese a que su recorrido profesional es más conocido por su docencia y participación activa en la defensa de los derechos humanos, Pérez Esquivel asegura que llegó al mundo «con un lápiz» pero también «con un pincel».
«Siempre trabajé artísticamente de chico y siempre lo mantuve pero durante 50 años no hice ninguna exposición. Entonces, el año pasado hice una en el Museo Lucy Mattos y esta, gracias a las amigas del Museo Evita», cuenta el escritor de «Resistir en la esperanza».
La sala donde se aloja la muestra se ve inundada por los ritmos de la compositora Amanda Guerreño, compañera de vida de Pérez Esquivel. Allí, la obra que más impacta al ingresar es «La última cena» (2023), inspirada en el cuadro de Leonardo da Vinci. «No creo que en la última cena no hubiera mujeres», dice trayendo la idea del borramiento de la figura de María Magdalena. Por eso, el artista y activista instala en su obra las figuras de María, madre de Jesús, y a María Magdalena, que acompañan a los apóstoles contemporáneos, «gente que caminó conmigo por América Latina, muchos han muerto, la mayoría de los que represento», dice.
«Los discípulos son Jaime de Nevares, el compañero Perico Pérez Aguirre de Uruguay, Leónidas Proaño de Ecuador, cardenal Paulo Arns de Brasil, Hélder Cámara de Brasil, Leonardo Boff, también de Brasil, el único que está conmigo. De este lado están Monseñor Romero de El Salvador, Méndez Arceo de México, Arturo Paoli de Italia, igual que el cardenal Angelini…», enumera con entusiasmo. Entre los comensales retratados, hay una figura que no tiene rostro. «Es Judas», responde el artista al ser consultado y enseguida repone con sus elocuentes descripciones: «Tiene una bolsa con monedas. ¿Cuántas monedas, no? Del Fondo Monetario Internacional, de la Banca Especulativa …», ironiza.
Compromiso social
La referencia a la dictadura aparece en la obra titulada «Nunca más», que ilustra botas militares pisando cabezas de personas. Durante esta época, Pérez Esquivel denunció la violación sistemática de los derechos humanos en el país. En 1977 estuvo detenido en un centro clandestino de detención y hasta lo subieron a un vuelo de la muerte que finalmente aterrizó. Luego la dictadura lo traslada a la Unidad 9 de La Plata y en 1978 se le habilita la prisión domiciliaria desde donde continuó realizando denuncias y solidarizándose con los oprimidos.
Al lado de este cuadro, hay otro en referencia a Malvinas. Otro grupo de obras recupera las consignas de las movilizaciones sociales durante la crisis del 2001 en Argentina. «Que la deuda la pague tu abuela», se lee en un muro por el que se asoma una persona, o «Dale, flaco, queremos pan».
Como una forma de contar la vida del artista, la exposición también recorre cuadros relacionados con su infancia. «Este soy yo cuando era chico. Vengo de una familia muy pobre, mi viejo era pescador, y yo para sobrevivir, era canillita», cuenta el ganador del Nobel mientras señala un cuadro de un joven repartiendo diarios.
La amplitud de la propuesta estética
Las temáticas de las pinturas de Esquivel no remiten únicamente a la historia argentina. Aparece también la inquietud por la crisis migratoria europea. Sobre «Refugiados», un cuadro colorido pero de una realidad oscura, señala: «Hoy el Mediterráneo es una tumba de miles y miles de muertos, pero ésta es la angustia. Quería hacer de homenaje a la gente que sufre». Su paso por los campamentos en Grecia, en la Isla del León lo acercó a las experiencias de los refugiados que salen de Siria, de Lidia o de Afganistán.
Su gran recorrido de vida le permitió estar cerca de figuras célebres, desde el Papa Francisco, a María Teresa de Calcuta e incluso el pintor Benito Quinquela Martín. Un cuadro con colores vividos que muestra una batalla de dos hombres con cabeza de gallo que desenfundan sus cuchillos remite al estilo del artista de la Boca. Aunque Pérez Esquivel nació en San Telmo, cuenta que «no se requiere pasaporte para ir de la República de San Telmo a la República de La Boca». Durante el recorrido, el artista recordó cómo en su adolescencia iba a la casa del creador de «Puente de la Boca» a comer tallarines.
La exposición recupera puntos neurálgicos de la historia argentina, al tiempo que desprende la inquietud por el tiempo presente, en el que circulan discursos negacionistas y antiderechos por parte del partido La Libertad Avanza (LLA). Para el intelectual, el panorama es preocupante».
«Nos preocupa el negacionismo, la campaña de odio, porque una sociedad no se puede construir sobre el odio, sino sobre la verdad, la justicia, que es la democracia. La democracia significa derecho e igualdad para todos, que no se mueran niños de hambre ni de enfermedades evitables», plantea Pérez Esquivel.
«Si no tenemos amor a nuestro pueblo, todo lo que hacemos no sirve. Por eso uno reclama a la dirigencia política, ética, responsabilidad y dignidad para estar al servicio del pueblo. Porque el otro, el negacionismo, la violencia, el odio, es contra el pueblo. Por favor, que el pueblo no vote a sus verdugos», suplica.
Sobre el candidato libertario, Javier Milei, el artista aconseja: «Podemos intentar encontrar un buen psiquiatra que lo ayude a superar el odio, la violencia que lleva dentro y el negacionismo. Porque con esto no se puede construir nada. Es autodestructivo. La mejor manera es ayudar a quienes no están mental y espiritualmente sanos. Porque no se puede dirigir un país así»,
El arte y el contexto
¿De qué manera puede el arte contribuir a este contexto? Pérez Esquivel responde con seguridad: «El arte es una fuerza vital que se dirige a los sentimientos, pero también al pensamiento. ¿Cómo leían antes las personas que no estaban instruidas? Leían por las imágenes. Y hoy vuelven las imágenes. Muchos jóvenes no tienen la lectura, pero sí de la imagen». En situaciones de crisis social, «el arte es comunicador», sostiene.
«Lo que tenemos que generar es conciencia crítica, valores, porque no todas las imágenes son válidas. Hay imágenes que también dañan, dañan a los jóvenes en sus pensamientos, en sus comportamientos. Tenemos que valorizar muchísimo y rescatar a artistas, a músicos que estuvieron en la resistencia. ¿Cómo nos alimentamos en la lucha contra la dictadura? Por la cultura, por el arte. Mario Benedetti, León Gieco, la Negra Sosa», recuerda con orgullo el pintor.
Que la muestra se emplace en el Museo Evita, para Pérez Esquivel es conmovedor. Por eso cuenta: «Siendo pibe, Evita tuvo mucho significado porque ella le dio a mi viejo, que estaba ciego, la jubilación. Yo vendía diario, pero gracias a ella, mi viejo se jubiló. Era muy atenta, y esto no tenía nada que ver con la propaganda, no tenía nada que ver con el problema político, sino con la sensibilidad humana».