«El azar es Dios paseándose de incógnito», escribió a Albert Einstein. Y nadie cuestionó que el autor de la Teoría de la Relatividad fuera un hombre de fe y, a un tiempo, un genio de la ciencia. Distinta fue la suerte del escritor francés Thibault de Montaigu: cuando terminó «La gracia», ninguna editorial quería publicar la historia de la conversión de un intelectual ateo a la religión católica. Pero fue un éxito tan grande en Francia una vez publicado que hasta los literatos galos más cínicos como Michel Houellebecq le elogiaron el texto.
La novela narra la epifanía que a los 37 años y en medio de una profunda depresión llevó a Montaigu de un ateísmo militante a un profundo catolicismo y, en paralelo, reconstruye la historia de su tío Cristian, que tuvo una experiencia similar, pero más extrema: dejó una vida licenciosa y económicamente holgada para convertirse en monje franciscano.
De visita en Buenos Aires, donde vivió cinco años y se casó con una argentina, el autor de «La gracia» (Emecé) charló con Télam sobre el sentido de la vida, el amor, el profundo individualismo que atraviesa a la sociedad; habló de su nueva vida como cristiano y de su admiración por el papa Francisco. Amante de Buenos Aires y sus costumbres, también contó que los argentinos son los únicos habitantes del planeta que aplauden cuando aterriza un avión.
«Le tengo mucho cariño al Papa porque claramente eligió su nombre por San Francisco de Asís, figura por la que tengo una enorme admiración»
Se diría que el tuyo es un libro que tendría que leer el Papa Francisco…¿Qué opinión te merece su papado?
Sería el mejor crítico, tendría que buscar el modo de hacérselo llegar. Cuando lo consagraron Papa yo estaba en Buenos Aires y parecía que Argentina había ganado el Mundial. En esa época, yo no había tenido mi epifanía. Le tengo mucho cariño porque claramente eligió ese nombre por San Francisco de Asís, figura por la que tengo una enorme admiración. Está muy cerca del mensaje evangélico cuyo núcleo es la cercanía de los que están en los márgenes.
Más allá de la religión, La Gracia es una novela sobre la importancia de amar…
Sí, creo que hay que salir del individualismo, que es un poco la marca de época. Cada uno está encerrado en sí mismo. Se habla mucho del bienestar, que en un punto está bien, pero es algo muy egoísta. Más bien creo que hay que abrirse a cosas más trascendentes: al amor, al arte y a la espiritualidad. No quedarnos encerrados en nuestros pequeños problemas, en nuestras pequeñas vidas. Yo veo mucha gente que sufre de no poder estar en comunión con los otros.
¿Cuán ateo eras antes de haber tenido la epifanía?
Fui bautizado y tomé la primera comunión, pero mis padres no eran creyentes para nada, nunca me llevaron a misa. Las únicas misas a las que asistí fue porque me llevó mi abuelo y en la adolescencia descubrí a Sartre, a Nietzsche, a toda la oposición. Y me encantaban esos autores. Yo tenía casi un odio hacia la religión, me gustaba ridiculizarla, me burlaba…
Respecto de los que ridiculizan la religión, vos hablás del “deseo herido” del no creyente…
Creo que el ser humano, desde que es bípedo, empezó a preguntarse por su presencia en este planeta. Eso es lo que nos diferencia de los animales. No podés taparlo, no necesariamente a través de la religión. Pero la posibilidad de la trascendencia es parte del ser humano y por eso hay una sed enorme de espiritualidad.
«Yo tenía casi un odio hacia la religión, me gustaba ridiculizarla, me burlaba»
¿Cómo reaccionó la intelectualidad francesa a una novela tan contracorriente?
Yo sabía que tenía que escribir el libro, pero después encontré resistencia en las editoriales. Nadie me lo quería publicar. Pero una vez publicado, hasta a Michel Houellebecq (N.D. R.: un escritor francés famoso por su ateísmo, cinismo e incorrección política) le interesó mucho la novela. Los intelectuales demostraron curiosidad, interés y un cierto tipo de envidia. Y esa curiosidad me tocó un montón. Ahora, los editores me dijeron que abrí un camino y que van a empezar a publicar libros de espiritualidad. Es interesante dar el debate.
¿Qué le contestarías hoy a Nietzsche, famoso entre otras frases por su “Dios ha muerto”?
Creo que lo de Nietzsche viene de su padre, que era una pastor protestante muy duro, como todos los protestantes. Y veía la religión como una máquina social y política en primer término antes de ver el sentimiento religioso, la verdadera fe. Creo que eso oscureció su juicio. A mucha gente le pasa eso. De todos modos, me sigue pareciendo fascinante discutir con el pensamiento de Nietzsche.
La pregunta es obvia, pero inevitable. Si Dios existe, ¿por qué permite todo el mal que atraviesa el mundo?
La pregunta por el mal es la gran pregunta. Pero yo creo que Dios se retiró del mundo para que el hombre sea libre y ése es un
acto de amor. Si Dios fuera todo, el ser humano no sería nada. La libertad es un regalo enorme.
«Yo creo que Dios se retiró del mundo para que el hombre sea libre y ése es un acto de amor. Si Dios fuera todo, el ser humano no sería nada»
Tu hermano es un personaje muy interesante del libro porque no se volvió creyente, pero cambió completamente de vida después de una depresión que lo llevó a renunciar a su trabajo. Estaba esclavizado. ¿Qué te parece que nos esclaviza?
Los falsos deseos, las fantasías, compararse todo el tiempo con los demás; es muy difícil liberarse de eso. Creo que es normal y sano atravesar fases de desesperación en la vida. Y es sano porque desde la desesperación va a salir algo nuevo. Cambiamos de piel como las serpientes. Cuando tengo amigos en crisis es muy duro, pero hay que ver qué es lo que está muriendo para que algo nazca.
En el libro decís que tu compañera, que es argentina, se tomó bastante bien tu conversión, que prefiere tus nuevos hábitos y compañías a que volvieras de juerga a la madrugada…
Ella es argentina y viene de una cultura católica. Dice que es creyente, pero no practica. Ve todo lo bueno que trajo mi conversión en mi actitud con nuestros hijos y la gente alrededor. Y lo de la juerga también es cierto… Ahora lo que me dice es que espera que no entre en un monasterio (risas).
Hay un párrafo del libro en el que alguien dice “lo más difícil de la pobreza es la fealdad” ¿Cómo es ahora y cómo era antes tu relación con los que sufren?
Cristian hablaba de eso también. Por eso admiro tanto a San Francisco de Asís, que besaba leprosos. Sentir espiritualidad en la belleza de un atardecer es más fácil que ver la cara de Dios en un pibe que fumó paco en la calle y creés que te va a agredir. Yo sólo puedo encarar eso a través del encuentro. Cristian decía que cada persona era un regalo.
«Sentir espiritualidad en la belleza de un atardecer es más fácil que ver la cara de Dios en un pibe que fumó paco en la calle y creés que te va a agredir»
Si yo pienso en toda la pobreza en el mundo es muy difícil pensar en poder cambiar algo, pero si estoy enfrente de una persona que sufre y paso un poco de tiempo con esa persona, tengo un verdadero encuentro mirándonos a los ojos, en ese momento puede pasar algo. Lo hago cuando estoy en la calle o cuando acompaño a asociaciones religiosas a barrios marginales, pero yo tendría que hacer mucho más y me cuesta todavía. Es que me hace mucho, mucho daño adentro. Por eso en el libro desaparezco rápidamente para darle lugar a Cristian que es el santo.
También tuvo sus crisis de fe…
Eso es interesante. Está la frase de Rimbaud: “El combate intelectual es tan brutal como la batalla entre los hombres”. La gracia se adquiere sólo en el presente, que por otra parte en lo único que tenemos. El amor es la misma cosa, la amistad es la misma cosa: es solamente lo que hacés en el presente. Es muy interesante que Cristian haya tenido crisis cuando tuvo grandes ambiciones de modificar la Iglesia, hasta San Francisco de Asís las tuvo. No dejan de ser seres humanos.
También se puede tener una vida al servicio del amor por los otros sin creer en Dios…
Totalmente, pero detrás de eso está la huella de Dios. Como escribió Einstein, “el azar es Dios paseándose de incógnito”. Pensá que las probabilidades científicas de existir son bajísimas.
«Creo que hay que salir del individualismo, que es un poco la marca de época. Cada uno está encerrado en sí mismo. Se habla mucho del bienestar, que en un punto está bien, pero es algo muy egoísta»
¿Creés en el cielo y en el infierno?
Creo que el cielo y el infierno están acá.
Si te encontraras con Dios, ¿qué le dirías?
Para mí no se le puede hablar a Dios, está fuera del tiempo y del espacio. Es la última palabra. Por eso el libro era un desafío, porque cualquier palabra está debajo de la experiencia de Dios.
En el final del libro hay una definición preciosa de «La gracia» que titula la novela. ¿Qué es la gracia para vos?
Para mí, es ese punto de contacto con el absoluto, la tangencia de lo terrestre y el más allá. En el cristianismo, hay algo que me toca particularmente, que es la idea de la cruz. Lo horizontal que une a lo vertical, lo trascendente que une a lo inmanente y de la eternidad hecha hombre para que el hombre se despierte al sentido de la eternidad en esa vida.
¿Le tenés miedo a la muerte?
A la muerte de las personas amadas. A mi propia muerte, no.
Costumbres argentinas
En un momento de la charla, sale el tema de los ateos que se vuelven creyentes en los aviones. Y el autor de La Gracia comenta que es aplaudir cuando aterriza la aeronave es una costumbre solo argentina. «Siempre que aterrizo en Buenos Aires la gente aplaude. Y hay un cómico francés que dice que va a dejar de tenerles miedo a los aviones cuando la gente deje de aplaudir cada vez que uno aterriza», dice y se ríe.