En «La fiesta de un fauno», el escritor argentino radicado en Berlín, Ariel Magnus, se aferra a un hecho cierto: toma el título de una película porno, de la que se dice que es la primera del género y que se filmó en la Argentina en el siglo pasado, para tejer una trama donde el sentido del humor es central, incluso más que el sexo explícito que toma la novela, y donde los elementos autobiográficos, como la aparición de sus bisabuelos en esa trama orgiástica, funcionan de garantes en la más auténtica ficción.
El protagonista de la novela publicada por Seix Barral asegura que su amor por la literatura y por la imaginación en general debieron haber nacido de las películas pornográficas privadas de las que ya no recuerda ninguna escena. Así Magnus reconstruye, mediante un trama que viaja entre el presente y las primeras décadas del siglo XX, la filmación de «El Sátiro» (conocida como «El Satario» o «El Sartorio»).
Los personajes deciden entrar al viejo caserón de sus bisabuelos en una aventura llena de fantasía y sexo. El protagonista solo tiene que buscar algunos datos para certificar que su bisabuelo Richard Nathan es el creador de esa obra inaugural de un exitoso género que cruzó las décadas siempre en el silencio de los espectadores.
Nacido en Buenos Aires en 1975, la vida y obra de Magnus han trascendido fronteras, pasó un significativo período de tiempo en Alemania, de 1999 a 2005, lo que influyó en su perspectiva y estilo literario; regresó a Argentina y se estableció nuevamente en Berlín.
Su lista de publicaciones abarca una amplia gama de géneros literarios. Entre las más destacadas está la novela «Un chino en bicicleta», ganadora del Premio Internacional La Otra Orilla y traducida a nueve idiomas; o «Seré breve«, una colección de 100 cuentos escuetos; sin contar con su importante trabajo como traductor literario, con más de 40 libros traducidos del alemán, el inglés y el portugués al castellano.
La obra Magnus es un testimonio de su habilidad para cautivar a los lectores con su escritura ingeniosa y su capacidad para enfrentar temas complejos con agudeza y profundidad.
-Télam: ¿Podés hablar sobre la proporción de elementos reales y de ficción en «La fiesta del fauno»?
-Ariel Magnus: Existe la película y existe el mito de que se filmó en Argentina. Nijisnky realmente bailó en el Colón y se casó en el país, la suegra y el cuñado de Thomas Mann estuvieron en Argentina y por supuesto que O’Neill también. La ficción arranca con la incorporación de mis bisabuelos, aunque también es real que en ese momento vivían en Argentina, su casa de Belgrano R en CABA incluso sigue en pie. A eso le agregué la realidad literaria de un personaje del escritor y artista dinamarqués Matias Faldbaken y un narrador bastante autobiográfico. La idea es que en esa orgía de realidad y ficción cada cual extraiga su placer.
– ¿En qué corriente o generación de la literaria erótica encaja mejor «La fiesta del fauno»?
– Mi referencia fue Faldbacken y su genial «The Cocka Hola Company». En el fondo me cuesta pensar el libro como perteneciente a la literatura erótica, por más que su tema sea el porno y haya bastante sexo explícito. Pasa que ni siquiera en esas partes el libro persigue la estimulación erótica del lector, con lo que inmediatamente se cae de la categoría, o digamos que si se presenta dentro de ella solo puede decepcionar.
– Pero la novela tiene elementos pornográficos…
-No es la primera vez que hay sexo explícito en una novela mía. En cada ocasión, porque lo pedía el libro, no me interesa como recurso en sí y cada vez que llega el momento es una lucha. Tampoco tanta, si considero las veces que la he dado, ni el gusto que evidentemente saco de explorar rincones para mí raros de la sexualidad. Quizá lo que disfruto es esa incomodidad, como de acoplamiento apurado en el asiento trasero de un auto chico.
-¿Cruzar la línea entre el erotismo y lo pornográfico es únicamente una cuestión de ‘explicitud’?
– Creo que también es una cuestión de tono. El erotismo en el libro tiende a ser pícaro, la pornografía tiende a estar sobreintelectualizada. En ambos casos, esa disonancia en el tono desarticula lo que pueda tener de demasiado excitante la acción, como un inhibidor que a su vez puede funcionar de estimulante. La idea, en todo caso, fue echar sobre la pornografía una mirada entre ingenua y lúdica, sin olvidar que se trata de un género con zonas oscuras también.
-Por otra parte, este libro explora la convivencia entre argentinos (o latinoamericanos) y alemanes. ¿Cómo experimentaste esta dinámica en lo personal?
-Casi como si fueran países limítrofes. Tengo la argentinidad y la alemanidad tan arraigadas que la combinación me resulta natural, aun manteniendo la tensión interna y el choque de culturas constante. Por eso también elegí este tema, que combina ambos mundos, y por eso incorporé mi historia familiar.
– A su vez, la presencia del judaísmo parece crear una tensión entre lo religioso y lo profano.
– Lo judío es como el elemento aglutinador entre lo argentino y lo alemán, me resulta imposible hacer referencia a esos dos mundos sin meter a este tercero, que participa de ambos. La parte judía viene también incorporada al tema y al momento histórico por la Zwi Migdal, aunque lo judío en la novela es vehículo más bien del humor. Como religión, el judaísmo es bastante profano en términos de sexo. Ya con hablar de la circuncisión medio que entramos en tema como sin querer.
-¿Qué función cumple el humor en esta historia?
-Es fundamental, «better than sex» en términos literarios, es incluso el garante de los momentos de seriedad, que de otra manera quedarían solemnes. Por dar el tono, es también el lugar al que se vuelve cuando la historia amenaza con ponerse taxativa. No para huir de las grandes definiciones, sino para darlas sin que se note tanto.
-¿Qué te atrajo particularmente de la idea de resucitar a los antepasados en la novela?
-Uno de los atractivos era el contraste. Me resultaba inimaginable mezclar a mis bisabuelos con algo que tuviera que ver con la pornografía. Otro estímulo fue jugar con la historia familiar con mayor libertad que en otros libros y al hacerla mofarse un poco de esta tendencia a considerar la autoficción como garante de interés de una novela. En cualquier caso, es gracias a la incorporación de estos personajes reales pero desconocidos que se logra ‘verosimilizar’ desde la narración una leyenda urbana que de lo contrario queda en el aire. Mi bisabuelo y yo fungimos de eslabón encontrado para sumar definitivamente un nuevo hito a la inventiva argentina. Que los uruguayos se queden con el dulce de leche, nosotros tenemos el porno.
– ¿Cómo percibís la representación y vivencia del sexo en la literatura argentina en comparación con el mundo alemán?
-En Alemania todo lo que tenga que ver con el sexo, desde el nudismo hasta la pornografía, está mucho más presente en la vida cotidiana que en Argentina. Somos ‘pacatísimos’ comparados con los alemanes. Supongo que algo parecido ocurrirá en la literatura, aunque no es algo que tenga estudiado.
-T: ¿Hay algún recorte especial, para la literatura, que haya que señalar sobre el cine porno?
– Hay un cine porno que no es ajeno a la literatura, y no solo en los casos donde se alude a libros en los títulos o aun en las tramas. La primera porno que yo vi, y de la que se habla en el libro, tiene casualmente una estructura bastante literaria. En los 70’s y 80’s aún se hacían películas triple X con alguna ambición intelectual, ahora es todo McPorn.