«Me gusta ir a contrapelo de lo que me sale fácil y escribir en situación de riesgo»

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Foto Alejandro Santa Cruz
Foto: Alejandro Santa Cruz

Con un aire de homenaje que reformula los planteos y la trama del clásico “Lolita” de Vladimir Nabokov, la escritora Leticia Martin edifica en “Vladimir”, novela ganadora del último concurso Lumen, un ecosistema en el que se ponen en tensión el deseo y el clima apocalíptico y habilita a pensar que las mujeres también pueden ser «seres peligrosos», según la autora.

La historia de “Vladimir” se mueve en una suerte de triángulo de personajes entre los ecos y reminiscencias del pasado reciente: una profesora a la fuga, llamada Guinea; el hombre que la encuentra y la protege en medio del caos; y el hijo de este, un adolescente hacia el que la mujer sentirá una atracción inevitable que no hace más que revivir un pasado del que escapa.

La novela, que tras una gira de la autora por España será presentada el martes 24 de octubre a las 19 en la Librería del Fondo, en Costa Rica 4568, de la ciudad de Buenos Aires, comienza cuando Guinea aterriza en una Buenos Aires afectada por un apagón generalizado en todo el mundo y, sin muchas opciones, decide aceptar la invitación de un taxista para alojarse con él y su hijo adolescente hasta que se solucione la emergencia. Desde ese presente enrarecido y apocalíptico, la autora retoma el pasado de esta profesora universitaria en Estados Unidos y su carrera truncada cuando un romance con uno de sus alumnos sale a la luz. En Buenos Aires reaparecen esas pulsiones cuando se despierta su interés por Vladimir, el joven con el que está forzada a compartir el espacio.

Fue una amiga con la que suele compartir sus textos la que le acercó las bases del concurso de Lumen y la convenció de que mandara la novela que estaba terminando. “No suelo ir atrás de los concursos, pero este coincidió con que estaba terminando el texto. La mandé de forma algo autómata y me olvidé, no sabía ni cuándo divulgaban el resultado”, recuerda Martin quien se enteró que era la ganadora un miércoles cuando estaba en el gimnasio y, tras desentenderse varias veces de las llamadas insistentes que llegaban a su teléfono, finalmente atendió.

Foto Alejandro Santa Cruz
Foto: Alejandro Santa Cruz

“Fue absolutamente sorpresivo, nunca me imaginé ganar un premio internacional. En relación a mi profesión, sin dudas fue lo más importante que me ha tocado vivir”, dice sobre el galardón que obtuvo la novela entre 407 manuscritos redactados en habla hispana y ante un jurado compuesto por Ángeles González-Sinde, Luna Miguel y Clara Obligado.

Martin (Buenos Aires, 1975) es narradora, poeta y crítica cultural. Obtuvo la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y cursó el Posgrado Internacional en Gestión Cultural y Políticas de Comunicación de Flacso, pero su formación como escritora fue en el marco de los talleres a los que concurrió durante años. “Hice taller con Abelardo Castillo y un día, él me bajó del grupo porque estaba embarazada. Me dijo que no fuera más porque se discutían cosas violentas y todo tipo de oscuridades. Para mí fue difícil porque pensé que iba a tener más tiempo durante la licencia y terminé alejada de la rutina de escribir durante casi diez años. Fue un freno de mano. Seguramente no fue todo su culpa pero activó un pensamiento: “Quizás no escribo bien y él me dice esto para correrme del medio”.

Pero no se amilanó y escribió y trabajó sus textos en los talleres de Guillermo Saccomano, Luciano Lamberti, Pedro Mairal y Juan Terranova hasta que se convirtió en tallerista y empezó a entablar un ida y vuelta con sus alumnos. Esa dinámica aprendida con los años dejó una huella en su obra: “Mis textos se trabajan de forma colectiva: Edgardo Scott, Lamberti, Ignacio Molina, mis amigas. Mi virtud es escuchar, pero también respetarme”.

“Mis textos se trabajan de forma colectiva: Edgardo Scott, Lamberti, Ignacio Molina, mis amigas. Mi virtud es escuchar, pero también respetarme”Leticia Martin

– ¿Cuál fue la semilla de la historia que cuenta la novela? ¿Y cómo fue el proceso de escritura?
– Siempre tengo cerca la hipótesis de que las mujeres somos protagonistas peligrosas o defectuosas. Me interesa ese universo de mujeres, alejadas del lugar de víctimas. La cuestión de género, por otra parte, siempre está presente. La historia nació después de escuchar el relato de un amigo que me contó que había tenido una relación con una mujer mayor cuando él iba a la escuela, que vivía sola en una casaquinta con pileta y que ella lo llamaba y él salía corriendo para encontrarse a cualquier hora del día. Anoté un par de escenas que nunca llegaron a la versión final de la novela pero recuerdo que me impresionó que mi amigo lo contaba de una forma muy diferente a como lo hubiera hecho una mujer: sin ponerle nombre, sin darse cuenta que esa mujer era peligrosa, sin considerar que era un abuso. Trabajé varios borradores que escribí en 2019 y durante la pandemia, pero tardé un tiempo largo hasta que se me apareció la idea del apagón. Releí Lolita y estudié mucho el trío de ese clásico como un germen que me podía servir y, a partir de eso, empecé a captar el personaje de Guinea.

«Siempre tengo cerca la hipótesis de que las mujeres somos protagonistas peligrosas o defectuosas. Me interesa ese universo de mujeres, alejadas del lugar de víctimas»Leticia Martin

– ¿Por qué crees que cuesta tanto imaginar a una mujer como abusadora? La figura se desdibuja.
– Aparece inmediatamente la palabra “patriarcado”. Años y años de un orden de cosas que congeló una posición para las mujeres y otra para los hombres. Entonces, ante un corrimiento, esa naturalización de las posiciones se desvirtúa. La posición del macho por encima de la mujer hace que no sea sencillo ver que un varón adolescente sea violado. El abuso suele ser privado, intramuros, con pocos testigos…Para el varón también es complejo salir del lugar patriarcal y por eso, cuando son víctimas, tampoco lo pueden ver.

– ¿Qué tipo de diálogo entablaste con Lolita, de Nabokov?
– Me gusta que digan que hay un “robo”, en el sentido genuino y literario, de la obra de Nabokov porque creo que lo hizo muy bien. Como autor, uno revisita para entender los mecanismos. Pedro Mairal dice que un escritor es como un niño que desarma un juguete para saber qué hay dentro; yo leo influenciada por ese procedimiento. Me gusta ir a contrapelo de lo que me sale fácil para escribir en una situación de riesgo. ¿Cómo escribo un personaje horrible, perverso y oscuro sin juzgarlo o estereotiparlo? Fue un gran desafío y no quise esconder que algo de la obra de Nabokov estaba en mi búsqueda. Incluso, hice la escaleta de Lolita, punto por punto y pude, a partir de ahí, distanciarme de muchas cosas que no me interesaban. También busqué trabajar la figura de la reincidencia: Guinea escapa de lo que le ocurrió pero no puede evitar recaer. El parentesco entre las dos obras es bastante claro porque el trío entre madre e hija y un externo que viene a romper esa relación, en mi novela se convierte en padre e hijo y una externa que viene también a conflictuarla. Esa estructura se replica de forma directa, pero los giros argumentales de la trama no se parecen.

«Para el varón también es complejo salir del lugar patriarcal y por eso, cuando son víctimas, tampoco lo pueden ver»Leticia Martin

– La novela pone a dialogar el deseo irrefrenable de Guinea por sus víctimas y el apagarse del mundo, un escenario apocalíptico. ¿Cómo trabajaste esa tensión?
– Me da gracia cuando dicen que es una novela distópica porque en realidad después de aquel gran apagón que ocurrió en 2019 no resulta difícil imaginar qué podría ocurrir si esa situación se prolongara. La inclusión del apagón fue meramente un recurso literario: yo buscaba algo que me permitiera mantener a los personajes juntos en la intimidad de la convivencia. Encerrar a los personajes me permitió desarrollar a los personajes. Creo que hay una conexión entre la vida interior de ellos dos y el exterior: la comunión en los distintos planos de la destrucción.

– Viajaste a España a presentar la novela, en un contexto en el que las escritoras latinoamericanas están siendo muy leídas en el exterior. ¿Cómo recibieron la novela?
– Mi sensación es que adoran la literatura latinoamericana contemporánea. Pero no lo digo en el sentido de la idolatría, sino que me encontré con lecturas profundas, con que trazaban relaciones justificadas y con un conocimiento genuino de lo que hacemos. Pasé por Valencia, Barcelona y Madrid y me sorprendió el diálogo y el interés en la literatura que escribimos en esta parte del mundo. Hay algo que dice Ariana Harwicz, con quien yo discuto mucho algunas cosas pero que suele parecerme súper lúcida y la admiro mucho, que es muy cierto: en Europa admiran el salvajismo con el que escribimos porque lo que se rescata es el malón, lo que está fuera de la civilización. En Europa, más allá de la guerra y su careteo, la vida es un poco más tranquila.

– ¿Cómo cambia la escritura y la dinámica de la escritura un premio tan importante?
– Estoy focalizada en que no cambie cierta ética de trabajo y en sostener lo que realmente me interesa como escritora. Sé que si traiciono eso por un interés comercial, pierdo. María Fasce, directora literaria de Alfaguara, Lumen y Reservoir Books, me dijo que tenía toda la libertad del mundo para enfocar la próxima novela y eso me sentó muy bien. Pero voy con cuidado porque hay una cualidad mía que me suele jugar malas pasadas: el entusiasmo. Con los años, descubrí que la templanza y los lugares de centro y equilibrio anímico son mejores que los extremos. Estoy focalizada en que los espejitos de colores que trae un premio como este no me saquen del foco de la escritura. Estar a la altura del premio es seguir escribiendo.

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