Llega a la Argentina «Las garras del águila», la séptima entrega de la saga Millennium

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Escritora y periodista sueca Karin Smirnoff Foto Prensa
Escritora y periodista sueca, Karin Smirnoff. Foto: Prensa

La escritora sueca Karin Smirnoff presentó este miércoles en videoconferencia para los lectores latinoamericanos «Las garras del águila», la séptima entrega de la exitosa saga Millennium -con más de 105 millones de lectores en el mundo-, que es a su vez la primera novela de la serie iniciada en 2005 por el fallecido Stieg Larsson, referente ineludible del noir nórdico moderno, donde la violencia contra las mujeres es narrada, a su vez, por una mujer.

Publicada por Destino, el nuevo capítulo que vuelven a protagonizar los inhabituales investigadores Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander, conecta directamente con el universo de Larsson, a la vez que provoca una distancia: Smirnoff (Suecia, 1965) los descentra, insinuando una transformación que desarrollará a lo largo de otras dos novelas que ya pautadas con la editorial sueca responsable del regreso que, tal vez, anticipe el fin de la decalogía delineada por Larsson antes de morir.

En “Las garras del águila” el escenario es otro, el norte helado y despoblado de Suecia y también la anécdota: multinacionales que especulan con recursos naturales y cometen crímenes contra la naturaleza, contra la población originaria y contra las mujeres; pero la operación emprendida por Smirnoff y los temas con los que discute “le hubieran interesado hasta al propio Larsson”, dispara la autora, quien, como lo fue él, también es periodista y escritora bestseller, y, a diferencia de él, fotógrafa.

Escribir esta tercera parte de la disruptiva saga es algo sobre lo que no dudó: «Dije que sí inmediatamente porque pensé que era una oportunidad que no volvería a tener. Y la verdad es que me gustó mucho leer los primeros libros de Larsson y continuar la historia de Lisbeth, es como si hubiera podido hacerlo con ellos, porque, en definitiva, lo que yo quería saber era qué le había pasado a Lisbeth».

Considerando que la saga originada por Larsson ya lleva tres autores, Smirnoff sostiene que «el arte no existe sin otro arte, todo lo que uno hace se basa en el trabajo de alguien más, ya fallecido Larsson muchas personas creyeron que no era correcto continuar su saga, que la gran canción ya estaba escrita, pero finalmente su familia heredó los derechos y decidió que querían hacerlo».

El otro autor, el primero que extendió la trilogía que hoy es referencia ineludible del thriller nórdico moderno y que justamente por eso parecía intocable, es David Lagercrantz, creador de la segunda trilogía de esta saga, que se componen de «La chica en la telaraña», «La chica que toma ojo por ojo» y «La chica que vivió dos veces». 

«Cuando yo muera, mis hijos seguramente heredarán los derechos de mis libros y si quisieran continuar con la trilogía o con cualquier otro de mis libros podrían hacerlo, deberían sentirse en libertad de hacerlo o, si quisieran, de venderle los derechos a alguien más».

La historia pública de los familiares de Larsson (padre y hermano) por hacerse con los derechos de la millonaria trilogía una vez fallecido el escritor -con quien no mantenían un vínculo fluido- fue una saga aparte que protagonizó por meses las páginas más escandalosas de la prensa literaria internacional.

La herencia de los derechos de esas novelas era reclamada por la compañera sentimental de Larsson, la arquitecta Eva Gabrielsson, con quien convivía desde sus 18 años. Pero la Justicia sueca falló en favor de ellos, Erland y Joakim Larsson. Gabrielsson y el creador de Mikael Blomkvist, el investigador y alter ego que junto a Salander combatía la cara menos explícita de la civilizada, moderna y aria sociedad sueca (misoginia, racismo, tics totalitarios), no estaban casados.

Larsson murió a los 50 años, de manera inesperada. El 9 de noviembre de 2004, averiado el ascensor del edificio de la revista Expo que había fundado y dirigía, subió los siete pisos que los llevaban a la redacción y no más cruzar el umbral tuvo un paro cardíaco. Todavía no se habían publicado las novelas que formarían la primera trilogía Millennium -«Los hombres que no amaban a las mujeres» (2005), «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina» (2006) y «La reina en el palacio de las corrientes de aire» (2007)’; y que en 10 años más iba a sumar, tan sólo con los dos primeros volúmenes, más de 80 millones de libros vendidos en 50 países.

Cómo retomar, con éxito, un clásico

«Me doy la libertad de hacer lo que quiera hacer con mi escritura», responde Smirnoff durante la videoconferencia que concede a Latinoamérica promoviendo el lanzamiento de su primer libro para Millennium, el séptimo de la saga.

«Claro que tengo un plan, pero si el primer libro hablaba sobre, no sé, la crisis energética; el segundo podría ser sobre minería y el tercero, a lo mejor, sobre el negocio petrolero», responde a la pregunta de cuánta libertad maneja a la hora de escribir a pedido en el marco de una saga tan exigente, incluso por motivos que exceden lo literario.

«A lo mejor es un tema muy amplio para mí, es una posibilidad -advierte-, pero finalmente tengo la libertad de elegir cualquier tema. Nadie me dijo que tuviera que darle continuidad a alguna temática: presenté mis ideas y lo que quería era dar cuenta de problemas actuales porque Larsson hizo lo mismo al momento de escribir sus libros, los utilizó para explicar ciertas cosas del mundo más allá de la perspectiva del periodista, y sus preguntas son muy similares a las mías».

A ella, como a él, repasa, le «interesa mucho» la cuestión de «la violencia contra las mujeres«, pero también «la violencia contra la naturaleza y el impacto que tiene eso en el medio ambiente. Elegir estos temas es algo que hasta a Stieg Larsson le hubiera interesado», dispara.

«No leo tanto literatura de crímenes -continua-, sino que más bien me inspira la vida, las relaciones entre las personas, no me importa tanto resolver crímenes, esto es parte de la historia del Millennium, por supuesto, pero no me parece que sea esencial a la trama encontrar soluciones».

Cuando escribo -dice-, lo hago para complacerme a mí misma. Si complace a alguien más me da mucho gusto pero hay muchas personas a las que a lo mejor no les va a gustar. No puedo pensarlo así, necesito tener libertad, no necesito tener la voz de alguien más en mi cabeza diciéndome que tengo que hacer tal o cual cosa. Estoy tratando de darle a las personas en mi libro ese respeto».

Violencia sexual y literatura

«Mis libros son muy violentos -reconoce-, pero estoy tratando de convertir a los personajes en personas, más que en héroes o heroínas, eso lo que quiero hacer con Lisbeth, quiero convertirla más en una mujer y menos en una adolescente, o eso quisiera».

Hay algo más sobre la violencia que Smirnoff tiene presente: «Cuando los varones escriben sobre violencia corren el riesgo de convertirla en entretenimiento. La violencia es muy interesante porque está muy presente en todas partes y cualquier persona puede ejercerla en cualquier momento, pero si se habla de violencia sexual a veces la víctima no solamente es víctima, acaba siendo una joven muy atractiva, sigue siendo una mujer muy guapa víctima de una violación».

«A lo mejor -especula- mi perspectiva, mi mirada femenina hace que eso cambie de cierta forma. Hay una discusión sobre si se debería o no escribir sobre violencia sexual, pero la violencia contra las mujeres es tan presente, tan común que si una deja de escribir al respecto, si uno deja de tener esa perspectiva, podría uno acabar pensando que no existe».

La novela transcurre en el norte despoblado de Suecia, «una parte totalmente nueva del mundo, incluso para los suecos». ¿Por qué ese escenario? «Porque vivo acá y muchas cosas están ocurriendo donde estoy yo. No hay tantas personas pero sí muchas inversiones industriales y se supone que en 10 años la población aumentará un 30% -subraya-. Y con más gente llegando y más dinero entrando también vienen más problemas y delitos; y al mismo tiempo tenemos la naturaleza, el clima que es muy frío y oscuro en verano pero es bueno y nuestros pueblos originarios, algo que simplemente no funciona con el capitalismo y que acaban con frecuencia siendo un problema para los grandes inversionistas».

Y, después de años de experiencia literaria, se anima a trazar una distinción entre la escritura propia de la literatura y el periodismo: “El problema de los periodistas que incursionan en la literatura -advierte- es que tienen la necesidad de explicar absolutamente todo, es lo normal, es lo que hacemos los periodistas para que todo el mundo pueda entender, pero para un novelista se trata de escribir lo menos que se pueda en cuanto a explicaciones y que al mismo tiempo sea fácil de entender. Quiero que los lectores puedan desarrollar sus propias imágenes, no se las quiero explicar”.

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