Iosi Havilio, entre la novela y la plástica, diálogo creativo y experimentación artística

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Havilio va de la narrativa a la plstica y tambin se le anima a la filosofa Foto Julin lvarez
Havilio va de la narrativa a la plástica y también se le anima a la filosofía. /Foto: Julián Álvarez.

El novelista y artista Iosi Havilio presenta una muestra en el Centro Cultural Borges que lleva la práctica de leer y escribir a nuevas dimensiones, explorando las intersecciones entre expresión, palabra y diversidad, mientras que también acaba de lanzar su última ficción «Buuuh!», un diálogo complejo con diversas referencias filosóficas y literarias que desafía convenciones.

Con obras en distintos lenguajes que trabajan los diálogos entre la plástica y la literatura, Iosi Havilio (1974) revela por estos días su enfoque experimental como filósofo, músico, artista y escritor. Por un lado, por primera vez, muestra su costado como artista plástico en una exposición sobre el género de la novela en la que interviene muchos de sus libros traducidos en otros idiomas; por el otro, en su nueva obra literaria teje una narrativa única que se concibe como una obra plástica en sí misma al desplegarse en capítulos variados, proveniente de diferentes novelas.

Hasta el 18 de febrero de 2024, en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525, CABA), exhibe «Sobre el arte de la novela», una propuesta disruptiva que explora su obra y se desarrolla el marco del ciclo «La Línea piensa», coordinada por Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía. La exposición reúne libros intervenidos de Havilio de diversas maneras, desde deshojados y reescritos hasta cortados con cutter y pintados con acuarelas.

Además, lanzó su más reciente obra literaria «Buuuh!» (Entropía), donde narra la historia de un rodaje de una película en Punta Indio, a orillas del Río de la Plata, en la entrada de la bahía de Samborombón. La trama se ve alterada por una serie de situaciones tan cercanas como lejanas, que incluyen la invasión de capas extraplanetarias y la transformación demoníaca de cerdos afectados por estas capas. A pesar de enfrentar vientos adversos, tragedias y otras dificultades, el grupo de rodaje, la troupe, se esfuerza por llevar a cabo la película y logra hacerlo de diversas maneras, lo que recuerda «La película del rey» del director argentino Carlos Sorín.

Foto Julin lvarez
Foto: Julián Álvarez.

-¿Cómo surgió la idea de hacer una exposición sobre el género novela?
– La exposición tuvo su origen el año pasado, cuando, de manera libre, alegre y desprovista de prejuicios, me sumergí en la lectura y estudio del Decamerón de Boccaccio. Posteriormente, este proceso evolucionó hacia la creación de un curso impartido en el Malba, donde establecí conexiones con diversas fuentes contemporáneas más allá de la literatura. Durante este proceso, me detuve en lo que podría considerarse un interludio, ni prólogo ni posfacio, presente en el Decamerón entre las 100 novelas. Aquí, Boccaccio reflexiona sobre la naturaleza de una novela, explorando lo que la hace ser una novela en esos relatos que a veces denomina novelas, que pueden tener tres, dos, cinco, o diez páginas, entre otras extensiones.

En este contexto, Boccaccio destaca tres características esenciales: lo novedoso, lo memorable y lo entretenido. Estos elementos son cruciales no solo para la creación literaria sino también para el objeto que la contiene, el libro. Se plantea la cuestión de dónde reside la memoria, de dónde proviene y hacia dónde puede generar una nueva memoria como objeto y universo. Además, se explora el aspecto del entretenimiento en el sentido de divertir y recrear. Creo que en todo este proceso hay un impulso, una fuerza motriz que se encuentra tanto en la exploración de lo nuevo en una novela como en el objeto que la encapsula y en su capacidad para entretener, divertir y recrear. Este motor impulsa la reflexión intrínseca a cualquier expresión, ya sea escritura, caminata o conversación.

-También publicaste un nuevo libro: ¿cómo podrías encasillar a «Buuuh!», esta novela que recuerda un poco a las obras experimentales de Camilo José Cela como «Oficio de Tinieblas 5» y «San Camilo, 1936»?
-«Buuuh!» es un experimento, un juego literario y más allá, que entra en diálogo con una serie de referencias que podemos llamar filosóficas, algunas que reconozco y muchas que seguramente no reconozco, filosóficas y literarias, como estas referencias de los libros de Cela, de lecturas desde la adolescencia para acá, en la facultad y por fuera, en el origen del pensamiento: hay fragmentos de Heráclito, que de hecho aparecen salpicados dentro de la novela y antes de Heráclito también.

-¿De alguna forma es una visión fragmentada del mundo?
-Sí. Esta idea de fragmentar una visión del mundo, una impresión de lo que veo, de lo que pienso, de lo que pensamos, que nos recorre así como especie pensante. En particular, hay un libro de Ludwig Wittgenstein que se llama «Zettel» que fue una referencia lúdica en la numeración de los fragmentos. Y en la progresión también está citado otro «Zettel», el de Héctor Libertella, que retoma a Wittgenstein y lo traslada a la reflexión sobre la escritura, en una suerte de filosofía de la escritura.

Esos dos libros estuvieron ahí como pivoteando, uno de la cultura europea hace un par de siglos, y este más cercano, de un escritor tan vital y fundamental, como Libertella. Y luego hay muchos fragmentos. Diálogos del orden que podríamos llamar filosóficos. Hay fragmentos de Cioran, de Kristeva, pero también poemas, por supuesto, de Peri Rossi, de Emily Dickinson, de Violeta Parra, de los Abuelos de la Nada. Hay aforismos inesperados en boca de muchos de los personajes que se apropian, transforman, deforman, inventan, esto que llamamos filosofía, que no es otra cosa que pensar y reformular lo que veo de alguna manera distinta. Balbucear, confundir, cerrar, como le sucede a cualquier ser humano que camine más allá de su formación.

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Foto: Julián Álvarez.

-Pero en esa profundidad de pensamiento hay algo lúdico en la novela y también en la muestra plástica…
– Sí, jugar con eso. De hecho, el cuestionamiento de la palabra me parece que es una forma fundamental a la hora de expresarse, que nombra lo que supuestamente nombra tal o cual palabra, tal o cual concepto, ahí es donde se divierte en el sentido que se recrea la expresión. En ese sentido, y ya ligándolo un poco con esta muestra plástica, yo lo pienso un poco como una novela plástica, por la disposición, por la cantidad de capítulos, por el juego, por lo variado, una novela instalación, que tiene su argumento, por supuesto.

-¿Cuál es la relación entre la literatura y la plástica?
-Lo que pienso es que los universos que convocamos, ya sean creativos, oníricos, políticos, vinculares, y otros, no conocen una forma específica ni un lenguaje que nos pertenezca completamente. Sí, por supuesto, en el transcurso de la vida vamos eligiendo algunas sendas, pero los universos también eligen sus propias formas. Esto es lo que siento que guarda relación con el ámbito de la plástica: la capacidad de escuchar qué materiales y mensajes gráficos emergen en los diversos universos que convocamos.

-En ambos casos aparecen muchas lecturas. ¿Cómo fueron seleccionadas?
-Cuanto más diverso, más divertido, te diría. Los soportes de todas las muestras son novelas desde «Open Door» a «Pequeña Flor», «Vuelta y Vuelta», a veces traducciones. Cuando uno «define» alguna acción o el derrotero de un personaje, el personaje y la propia novela, y en este caso las herramientas plásticas, te devuelven esa hipótesis cambiada, y medio como un oráculo al cual uno le lleva una consulta, y la transforman en otra posibilidad que nunca responde esa consulta. Eso fue lo que sucedió.

La intervención de libros, de hecho, es algo que tiene que ver con leer concretamente, con la práctica de leer, subrayar, anotar, incluso algo en la pandemia que hice mucho fue reescribir ‘asemánticamente’, es decir, con escrituras no semánticas, poemas, libros de poemas, aquí y allá, jugando con eso en otros idiomas, en idiomas propios, es decir, en español.

-¿Y así nació la novela «Buuuh!»?
-Había un proyecto de película que durante unos años estuve escribiendo y madurando con una colega, y sí, vino la pandemia, y lo frustró. A eso se sumó una serie de situaciones personales. Me surgió la posibilidad y la necesidad de hacerla de otro modo, y apareció este «diario de rodaje» y se fueron colando otros diarios que tienen que ver con la vida, con la literatura, con las lecturas, con la propia pandemia, por supuesto, con ese momento así clave de abismo y reflexión.

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Foto: Julián Álvarez.

-Si bien sos reconocido como escritor ¿cómo te sentís con el rótulo de artista?
– En el conjunto de prácticas expresivas, donde el escritor parece desempeñar el papel de artista, se adoptan y desechan títulos. De hecho, muchas veces se anhelan con el propósito de encontrar un lugar en el mundo y la sociedad. Sin embargo, la misión expresiva parece desconocer esas barreras. Reflexionaba, por ejemplo, sobre la distinción entre profundizar y profesionalizar, un tema que abordo con frecuencia en mis clases.

-¿Cómo juegan la profesión con la pasión en tu caso?
-El mundo busca profesionales, es decir, individuos cada vez más hábiles en sus respectivos campos y esto a menudo entra en conflicto con la pulsión y la pasión que buscan expresarse en formatos alternativos. La profundización no necesariamente se limita al mismo lenguaje; diría que surge desde adentro, no solo desde el interior personal, sino también desde el interior del universo. Por otro lado, la profesionalización proviene más del exterior, de influencias sociales. Estamos en constante equilibrio entre estas dos fuerzas, y de alguna manera, tanto la novela «Buuuh!» como la muestra «Sobre el arte de la novela» entran en juego para desafiarse mutuamente, provocar reflexión y, por supuesto, nutrir algún tipo de camino artístico.

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