En su primera novela, «Donde termina la lluvia», Norberto Gugliotella aborda una historia de violencia familiar que se organiza en torno a las voces de una mujer y de su hija, que se vieron sometidas a situaciones de agresión y malos tratos, durante muchos años, y logran enfrentarla mediante la palabra, en un diario de vida donde la niña reflexiona sobre la ausencia de su padre y las sensaciones que ese vacío le dejó.
Si bien el miedo recorre gran parte de la historia, la obra no cae en golpes bajos ni en la autocompasión y a través de la primera persona, Violeta, la niña, narra las sensaciones y los pensamientos derivados de la vivencia conflictiva con su padre. «Sé muy bien las dos cosas que nunca van a pasar, que la luna entre a la pieza y que mi papá me quiera», dice mientras observa que la luna se agiganta en una noche oscura.
En tanto, las circunstancias que rodean a la madre -Diana- llegan a través de una segunda persona que la interpela desde el silencio interior que asume, frente a las derivaciones que surgieron luego de que lograron alejarse del agresor, cuya voz también emerge en el transcurso de la obra.
«La violencia familiar siempre estuvo por debajo de otras formas que adquiere la violencia, pero hoy en nuestras sociedades ha cobrado una mayor visibilidad y siento que es por donde se cuelan las mayores miserias humanas», dice el autor en entrevista con Télam sobre esta obra publicada por Corregidor.
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— Ediciones Corregidor (@corregidorcom) September 18, 2023
– ¿Por qué decidiste abordar un tema de violencia familiar?
– La violencia es uno de los grandes temas universales. La violencia familiar siempre estuvo por debajo de otras formas que adquiere la violencia, pero hoy en nuestras sociedades ha cobrado una mayor visibilidad y siento que es por donde su cuelan las mayores miserias humanas. Lo que era el espacio sagrado del hogar, resulta que no era tan sagrado ni tan hogar y que muchas personas, sobre todo mujeres, han tenido que callar durante años las peores humillaciones. La historia de «Donde termina la lluvia» es una de esas tantas historias de violencia y quise que todas las voces aparecieran para contarla, cada una desde su perspectiva.
– La novela está estructurada en torno a las voces de los protagonistas y de una segunda persona que se dirige a la madre. ¿Qué te permitió esa organización?
– La literatura no consiste simplemente en contar una historia, sino en cómo se cuenta la historia. En este caso, necesitaba hacer una historia de voces, sentía que la novela lo pedía. No solo necesitaba diferenciar a los personajes por sus tonos diferentes, sino que la voz de cada personaje debía tener una estructura diferente. El formato del diario me permitía desplegar la voz de una adolescente que va descubriendo el mundo y tiene la necesidad de expresarlo en algún lado. Es la manera de sacar hacia afuera todas esas sensaciones y emociones que la atraviesan. La voz de la madre tenía que diferenciarse de la de su hija. La madre está redescubriendo el mundo a través de los ojos de su hija mientras lee su diario. Y no solo eso, está redescubriendo su propio mundo silenciado y encapsulado dentro de su cuerpo. Para eso era necesaria una segunda persona que le hablara a ella, una especie de voz de la consciencia que le dicta todo lo que le está pasando, una voz mediada por el afuera. La última voz, que en realidad es la primera que aparece, es la voz del padre. Un tipo que pareciera vivir solo en el mundo, por lo tanto esa voz es un interior bien profundo donde el exterior no lo puede atravesar. Las voces, en definitiva, son las que estructuran «Donde termina la lluvia».
– La historia se estructura además en base al adentro y afuera, mientras que en los capítulos bajo el título «De afuera hacia adentro» los textos están escritos en segunda persona. ¿Cómo fue organizar los capítulos?
-La voz de Diana, la madre de Violeta, está mediada por una segunda persona. Todo lo que fue viviendo a lo largo de su vida, toda esa violencia que la marcó desde siempre estaba guardada entre los pliegues de la memoria, escondida entre la vergüenza y el miedo. Necesitó de un afuera para poder sacar todo ese interior guardado; como se dice en la novela: a Diana se le rompieron todos los diques y empieza a venirle todo el pasado encima en una noche frenética. Los capítulos tienen que ver con las voces, a cada voz, le corresponde un capítulo diferente.
– La voz de la hija representa la voz de la sensatez en torno a esta historia. ¿Cómo fue crear ese personaje?
– No sé si la pienso como la voz de la sensatez. Busqué que fuera la voz de una adolescente, que hablara desde la perspectiva de alguien de esta época. Por eso el contrapunto con la voz de su madre. Miran la vida del mismo modo pero cada una puede procesar todo de acuerdo a una cosmovisión de época. En la novela hay un contrapunto entre Violeta y Diana, mientras que la hija necesita sacar afuera todo lo que tiene adentro, la madre necesitó callar todo para seguir viviendo. Cada una busca una forma de supervivencia. Contar o callar son las caras de la moneda de la novela.
– El tema que abordás corre riesgo de caer en el golpe bajo. ¿Cómo lograste evitar que eso suceda?
– Mientras escribía corría dos riesgos: el golpe bajo lacrimógeno y que la voz de la adolescente cayera en lo cursi o que fuera una voz impostada. Fue el borde por el que tuve que caminar durante todo el proceso de escritura que me llevó muchos años y muchas reescrituras. Siempre tuve en cuenta esos bordes pero sentía que estaban por debajo de un borde mayor, que es narrar la violencia desde la voz de otro género. Finalmente ahí está la historia, ahí las perspectivas de cada personaje y ahí todas las emociones que los atraviesan y dejé que cada uno caminara por su borde propio.
– ¿Cómo fue el proceso de escribir esta primera novela?
– Fueron muchas reescrituras para que cada voz parezca natural a cada personaje. Puse muchos puntos finales, pero siempre necesité volver y seguir trabajando. Tengo la suerte de tener de amigas a escritoras que admiro mucho y que mi compañera sea una gran editora. Gloria Peirano me ayudó a hacer lo más importante: poner en orden el mundo de la novela, Mariana Travacio y Julieta Lopérgolo miraron puntillosamente cada párrafo y me hicieron comentarios enriquecedores. Pero no sentía que la novela estuviera lista hasta que Fernanda (Pampin) me dijo «ya está terminada». También hubo otras lectoras anteriores que me ayudaron mucho y que tienen más que ver con lo sentimental que con la literatura y ahí sentí que había logrado caminar bien por esos bordes de los que hablaba. Más que el proceso de escribir, me concentré en el de reescribir a partir de las lecturas para ver la recepción de la historia. Si bien la historia está anclada en 2015 y 2016, empecé a escribir la novela en 2017 con un presidente, la terminé con otro y salió justo antes de las elecciones para que haya otro presidente.
– El rol de la familia en la novela es fundamental para acompañar a la madre y la niña. ¿Cómo observás la situación de mujeres que pasan por situaciones de violencia?
– Creo que todo se resume en algo que descubre Violeta mientras está en la primera marcha del «Ni una menos». Su madre pudo haber sido una foto en un cartel que ella y su tía estuvieran sosteniendo ese día. Sin embargo, la protagonista estaba en esa plaza con su tía y su madre siempre unidas sosteniendo un cartel sin foto, porque ninguna de las tres faltaba. En esta historia están las tres vivas, pero que estén vivas no quiere decir que estén a salvo. Hay un sentimiento muy fuerte que recorre toda la novela y es el miedo. El miedo termina convirtiéndose en una foto en un cartel.