Groisman: «La ansiedad es la metáfora que mejor explica el mundo en el que vivimos»

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Ahora algunos famosos salen a contar que sufren ansiedad o ataques de pnico y est buensimo ayuda a visibilizar y normalizar lo que le pasa a muchas personas Foto Prensa
«Ahora algunos famosos salen a contar que sufren ansiedad o ataques de pánico, y está buenísimo, ayuda a visibilizar y normalizar lo que le pasa a muchas personas» / Foto: Prensa.

La protagonista de «Barullo», la primera novela de Valeria Sol Groisman, padece trastornos de ansiedad y ataques de pánico, pero su historia lleva al lector a hacerse preguntas sobre su propia salud mental y exhibe una galería de personajes que tienen, en mayor o menor medida, todo tipo de carencias.

«Mis manos temblequean. Siento como si estuviera en un examen final», relata Maca, la mujer que es eje de la novela editada por Hojas del Sur. Luego plantea: «Me pasó a mí pero te podría pasar a vos». Pero su voz no es la única que narra su angustia y su aislamiento ya que se trata de un relato coral en el que a sus confesiones y a su diálogo consigo misma se suman los puntos de vista de su vecina, su abuela y su psicólogo Esteban. Todos ellos, además de poner en palabras el padecimiento de la protagonista, revelan sus propios miedos e inseguridades.

«Este es un libro sobre la ansiedad como síntoma de época; paradójicamente, cuando la tecnología promete protegernos de la naturaleza, hemos quedado otra vez en la boca del lobo. Desamparados de las palabras y su compañía», define en el prólogo Constanza Michelson y agrega: «Es también un libro sobre la escritura, sobre la soledad y sobre la potencia de la amistad, cuyo don es modificar lo que toca. Y, es, desde luego, un libro que nos recuerda que vivir es un oficio y que no hay la libertad prometida, sino la obligación de buscar una salida».

Curiosamente, la escritura de Groisman está a tono con la temática de su novela, por eso puede ser minuciosa y obsesiva o adquirir un ritmo vertiginoso, el de la angustia y la obsesión de Maca que se traducen en párrafos que son una acumulación creciente de sensaciones y síntomas: «Mareomareomareopulsoaceleradísimoquémierdatepasamefaltaelaire…». Esta experimentación formal se complementa con las referencias literarias: las lecturas de la protagonista en su aislamiento y una playlist de los temas que escucha y pueden conocerse en Spotify.

La autora, que es periodista, docente universitaria y gestora cultural, conversó con Télam sobre la actualidad del tema que enfoca, a partir de confesiones de artistas como Alejandro Sanz y La Joaqui quienes expresaron en los últimos meses sus luchas contra la depresión y la ansiedad.

Telam SE

– Elegiste una prosa ansiosa y precipitada para narrar la ansiedad…
– La escritura que yo elegí para narrar la ansiedad es una escritura ansiosa, sí, pero podría haber otras formas de contarla. Cuando empecé a escribir «Barullo», sentí que no alcanzaba con contar una historia sobre la ansiedad, sino que tenía que generar un clima incómodo, que aturdiera. Por eso elegí la escritura fragmentaria, que, por un lado, imita o representa cómo funciona una mente en estado de ebullición; y, por el otro, remeda la manera en que consumimos y producimos discursos en la actualidad. Trabajé mucho más la forma y la manera en que se dice lo que se dice que la historia en sí. Incluso creo que la trama es una especie de efecto de la forma que elegí para enmarcarla.

– Desde el punto de vista formal, recurrís a múltiples miradas, no contás la ansiedad desde adentro sino desde todos los ángulos, de un modo coral…
– Sí, esa decisión tiene que ver con algo que me pasa cada vez que me embarco en una ficción, ya sea una película, una novela, un cuento o una serie. En general me interesan más los personajes secundarios que los principales. Vos me dirás, bueno, tal vez te pasa eso porque no sabés nada sobre ellos, los envuelve cierto misterio. Y puede ser. Pero no es tan simple. Me encanta analizar los márgenes, creo que ahí está lo que vale la pena contar. También me gusta la idea de que un libro sea como una cámara que va y viene, que apunta a alguien y más tarde a alguien más.

– Buscás cambiar los puntos de vista…
– Tal vez tenga que ver con que yo, como escritora (y me resulta fuerte usar esta palabra, porque es mi primera novela) soy una cámara que no tiene muy claro hacia dónde apuntar, la historia se va delineando mientras la escribo. Hay personajes que empiezan siendo muy chiquitos y terminan ocupando mucho espacio, es un espacio que se fueron ganando. Son los personajes que empiezan a cobrar vida y uno siente que está escribiendo mano a mano con ellos. Y, por último, hay una razón más que tiene que ver con el tipo de narradora que es Maca, una narradora que construye memoria a fuerza de elipsis. Hay muchos silencios en su discurso, y esos silencios los rompen los demás personajes.

– La solución para tu protagonista no pasa por el amor de pareja…
– No sé. Lo que sé es que el amor romántico no es la solución que yo encontré a la historia que planteo en «Barullo». Mientras escribía, la idea de que a Maca la salvara un hombre, o la relación con un hombre, estaba ahí. Era una alternativa, pero en algún momento decidí que no, que había otros vínculos más fuertes. El amor romántico puede no resultar la mejor opción cuando lo que busca es paz mental. Hay vínculos que no pueden sustituirse. Maca lo que busca es abrigo, ese abrigo que perdió y la tiene temblando.

«Cuando empecé a escribir «Barullo», sentí que no alcanzaba con contar una historia sobre la ansiedad, sino que tenía que generar un clima incómodo, que aturdiera»

– Aunque es una novela, el texto es fragmentario, se va armando a partir de retazos. ¿Así escribimos y construimos en la actualidad?
– Al escribir la novela me preocupó mucho la forma. Tenía que lograr un texto que se interrumpiera a sí mismo, disruptivo, con frases abruptas, voces ajenas e intrusivas. Quería imitar la manera en que producimos y consumimos discursos en la actualidad, que es desordenada y fragmentaria. Consumimos de a pedazos. Por ejemplo, le entramos a un hilo de Twitter por el final, a una serie por la mitad o a un libro después de un punto seguido y no aparte. Nos acostumbramos a vivir in media res. Ya no es tan común leer libros de un tirón, hay demasiados estímulos que buscan distraer nuestra atención. Tampoco escribimos de un tirón, salvo que nos desconectemos y escribamos sin familia alrededor, sin trabajo pendiente. Y, por supuesto, y esto me parece lo más interesante, ya tampoco pensamos en líneas continuas y estables. Tenemos ideas que hablan con otras ideas, que, a su vez, hablan con otras. Pensamos en forma trenzada, si se quiere.

– La primera persona y la obsesión de Maca en la descripción de lo que siente, ¿facilitan la identificación del lector?
– Maca tenía que hablar en primera persona, era lo único que tenía decidido antes de arrancar. Contar cómo se siente la ansiedad en tercera persona o desde una narración omnisciente implicaba perderme la posibilidad de mostrarla como una presencia fantasmagórica. La ansiedad es un síntoma de algo que no está, algo que hay que reponer, que es difícil de poner en palabras y que solo siente el que la padece. Por otra parte, para mí era importante mostrar las voces que conviven en Maca. El juego entre un yo y el otro yo es uno de los recursos que más me ayudó a crear el personaje.

– ¿Sentís que la ansiedad y los ataques de pánico son un tema que está en la agenda, a partir de las confesiones de varios famosos sobre sus padecimientos?
– Creo que la salud mental aún sigue siendo la salud menor. No se le da la importancia que debería tener en los programas de prevención, en el Programa Médico Obligatorio (PMO), en la escuela, e n los medios. Ahora algunos famosos salen a contar que sufren ansiedad o ataques de pánico, y está buenísimo, ayuda a visibilizar y normalizar lo que le pasa a muchas personas. De hecho, según la OMS, es la enfermedad mental que más crece y la más prevalente a nivel mundial, pero falta mucho. Todavía nos cuesta mucho hablar de lo que sentimos, como si fuera algo vergonzante. Es más, como si tuviéramos la culpa de sentir lo que sentimos. Respetamos demasiado el imperativo de «hay que estar bien», o por lo menos, simularlo. La ansiedad es la metáfora que mejor explica el mundo en el que vivimos. Un mundo con un alto grado de incertidumbre, en el que la felicidad, la perfección, el consumo y la urgencia se visten de exigencias, que se considera cada vez más diverso pero en el cual todos andamos repitiendo y copiando más o menos las mismas formas de hablar, pensar, vestir, sentir, amar, y también de escribir.

– ¿Cuál es la importancia que tiene la comunicación: los llamados, los mensajes de texto para ayudar a Maca a salir del aislamiento?
– En el antiguo debate de Umberto Eco entre apocalípticos e integrados, yo estoy más del lado de los integrados que de los apocalípticos. Esto no quiere decir que me parezca súper sano pasar conectada muchísimas horas al día. Pero, si pensamos en la pandemia, por ejemplo, la tecnología fue lo que permitió que la educación, la salud y los vínculos no se interrumpieran. Lo que quiero decir es que la tecnología, bien utilizada, puede generar cosas maravillosas. El #MeToo es un movimiento que creció con las redes, por dar otro ejemplo. En el caso concreto de Maca, la tecnología es el cordón umbilical que la conecta con el afuera y con los otros. Es central. Pero no alcanza. Como digo al final, citando a Peter Orner, en algún momento todos necesitamos salir a la calle, al ruido, a las voces.

– Si bien Maca es el centro de la historia y la más vulnerable, el grupo que la rodea y contiene también tiene debilidades, obsesiones, flaquezas; Esteban, la vecina, la abuela…
– Es que todos las tenemos. Lo que pasa es que vivimos en la era de las redes sociales, la era de la impostura. Pareciera que hay quienes tienen unas vidas casi perfectas, pero son pura pose. Una foto, un video o un reel no son representaciones válidas de una vida. Sin embargo, los jóvenes y los no tan jóvenes conviven con la idea de que lo que ven en las redes sociales es real. Como si la felicidad fuera algo que se adquiere para siempre, de por vida. En mi anterior libro, «Desmuteados», digo que en redes mostramos la mejor realidad posible. No subimos la foto de la caja de pañuelos descartables si estamos engripados, ni la pared agrietada del comedor, tampoco la pila de ropa para planchar. Vivimos diseñando escenografías, produciendo el show de nuestra intimidad para que los demás aprueben, aplaudan, imiten o envidien. Por otra parte, vivimos en una era tan narcisista que vemos todo desde nosotros. Vivimos en modo selfie. Si vamos al psicólogo no pensamos que esa persona que nos escucha seguramente tiene sus propios problemas, que lo que le contamos puede afectarle. Nos quejamos de los gritos del vecino, pero no nos preguntamos por qué levanta la voz, qué lo tiene preocupado o enojado, cómo podemos ayudarlo.

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