El libro más reciente de Fabián Martínez Siccardi, «Margot en el lago Cardiel», es a la vez una road movie y una novela de iniciación en la que un adolescente se adentra en un territorio tan hostil como violento en la estepa patagónica poblada por hombres de raíces indígenas tan solos como feroces, que viven en un pueblo sin mujeres.
«La ausencia de mujeres en la Patagonia era una estrategia más del genocidio«, plantea el escritor.
Desde el comienzo mismo la historia que editó Alfaguara anticipa que su escenario es el lago Cardiel «una tierra de hombres sin mujeres». Por eso no extraña que el objeto de deseo y de discordia entre esos hombres salvajes, oscuros y aguerridos sea una muñeca. Aunque en sus orígenes el nombre correspondió a un ser de carne y hueso, la soledad patagónica y la rudeza de aquellos hombres hace que, con el paso del tiempo, su nombre designe a una muñeca, capaz de generar idéntica fascinación y deseo.
Como «Los hombres más altos» y sus novelas anteriores, Martínez Siccardi ubica a sus personajes en la Patagonia, la región en la que nació. «Margot en el lago Cardiel» transcurre en los páramos más agrestes de la provincia de Santa Cruz, y tiene como música de fondo el viento, que no deja de soplar y es una presencia constante. «El viento, indefectiblemente en esta parte del mundo, golpea incansable y despiadado. De muchas cosas se lo puede acusar al viento patagónico, menos de cambiar de rumbo», describe el narrador, que recuerda sus años de adolescencia en esa zona.
Sobre la importancia que el paisaje de su tierra natal tiene en su obra y las relaciones de poder que se establecen en las estancias entre los patrones y los peones, en su mayoría de origen indígena, conversó el autor con Télam. También compartió un microcuento sobre el viento, una presencia cotidiana en los parajes de su infancia.
– ¿Cómo se gestó la novela, esta curiosa historia de amor y celos entre hombres aguerridos y una muñeca?
– Hace unos años me pidieron un cuento breve para una antología sobre bailarinas. Las bailarinas nunca habían sido mi tema, pero dije que lo iba a intentar y en ese intento, por motivos misteriosos, regresé a mi infancia en la estancia de mis abuelos en el lago Cardiel y recordé a los peones (que eran como tíos y abuelos postizos para mí) y la vida que ellos llevaban. De repente la bailarina se materializó ahí, entre esos hombres y la historia tomó una fuerza ingobernable y ya no podía mantenerla como un cuento breve. Me disculpé con quien que me había pedido el cuento (la escritora Anahí Flores) y seguí escribiendo, en un principio sin intención de publicarlo, como un juego. O más que un juego, como en un trance, transportado a otro sitio donde sólo tenía que observar lo que sucedía y narrarlo. En esa época había descubierto a Roberto Bolaño y lo leía y lo releía fervorosamente. Eso también influenció mucho la manera en que escribí «Margot en el lago Cardiel».
– La novela vuelve a transcurrir en la Patagonia y concretamente en el lago Cardiel, ¿qué tiene ese lugar ligado a tu biografía que te impulsa a llevar las historias hacia allí?
– El lago Cardiel es tierra de infancia, es ese lugar que deja las primeras marcas contra las cuales se medirán luego todas las demás. Es también una suerte de Macondo, un mundo con una lógica muy singular desde la que se puede hablar no solo de la historia personal y familiar, sino también de la historia reciente del país, particularmente del avance del ejército argentino sobre las poblaciones originarias.
– ¿Cómo trabajaste la estructura, el in crescendo de violencia?
– Todo acto de violencia es el resultado de una serie de eventos previos. Identifiqué esos eventos y los desplegué narrativamente a lo largo de la novela, de a poco, ajustando la tuerca cada vez más hasta hacerla explotar.
– Desde el comienzo la novela enuncia que el lago Cardiel es una tierra de hombres sin mujeres. ¿Cómo es escribir una historia así?
– La novela habla de un mundo real, habitado por hombres de carne y hueso que nunca formaron parejas, que no se casaron ni tenían hijos, que morían solos. Hombres que conocí muy bien de chico y que ahora puedo verlos con mayor complejidad. Estos hombres eran de pueblos originarios (aunque no se identificaban así por vergüenza y miedo a la discriminación) y esa ausencia de mujeres en sus vidas no era algo casual, era una estrategia más del genocidio indígena: interrumpir la continuidad de las familias, la transmisión cultural.
– ¿Cómo creaste el personaje de Margot? ¿Qué características tiene esa muñeca que puede ser tan mujer?
– El personaje se fue creando a partir de las fantasías de esos hombres que nunca llegaron a saber cómo era una mujer realmente, que no convivieron con ninguna, que no fueron esposos ni padres de familia. Recordé la manera en que hablaban de las mujeres, las cosas que recordaban de ellas y cómo las recordaban. Margot es la imagen exaltada de una mujer incompleta, la fantasía creada por hombres que nunca pudieron satisfacer el anhelo de tener una compañera y las únicas mujeres con las que intimaron, de a unos minutos por vez, fueron trabajadoras sexuales.
– ¿Por qué la división es entre los que viven en la estancia y «la gente»?
– La «gente» son los peones, lo que nos poseen tierra aunque, paradójicamente, son en su mayoría hombres de pueblos originarios que antes ocupaban el territorio. La distancia entre «la gente» y los dueños de las estancias no es la misma en todos lados. En las estancias más pobres, como la de mis abuelos en el lago Cardiel, la distancia era menor que en los grandes establecimientos laneros como, por ejemplo, donde sucedieron las huelgas de los años 1920 en las que muchos peones, en su mayoría de pueblos originarios, fueron fusilados. Pero más allá de cuán grande fuera esa distancia, en la estancia de mis abuelos existía dentro de una lógica capitalista de patrón y empleados. Los peones, como reyes, comían en la casa principal la comida que les preparaba mi abuela pero en una mesa distinta. Lo que sí recuerdo es que nunca se hablaba de ellos despectivamente, de hecho para mi abuela los mejores trabajadores de la Patagonia eran los chilotes y los paisanos, eufemismos por mapuche y tehuelche.
– ¿Qué le aporta a la narración que la voz sea la de un adolescente?
– Aporta una mirada más desprejuiciada que la de un adulto. Es un joven que aún se sorprende ante lo que ve y, luego con los años, se hará preguntas para intentar entender. Esta misma historia contada por alguien mayor estaría mucho más sesgada por la ideología ya formada de ese adulto.
– ¿Cómo construiste las relaciones de poder? La historia las establece entre los caballos salvajes, los indios, los chilenos, los patrones de la estancia…
– Las relaciones de poder de la novelas siguen la lógica patriarcal, occidental y cristiana. El hombre blanco, supuestamente heterosexual, está en la cima de la pirámide, de ahí para abajo vienen las mujeres blancas, los indígenas «nacionales», los indígenas «extranjeros» y luego siguen los animales y con ellos el medioambiente. Hace muchos siglos que gran parte del mundo sigue esta lógica y ya no quedan dudas de las calamidades que pueden generar los hombres blancos y supuestamente heterosexuales desde la cima de esta pirámide de poder.