«Esa ficción que parece que nos consuela pero nos detiene, son las redes sociales»

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Foto: Eliana Obregón

El escritor y docente Miguel Vitagliano logra, en su novela «Viaje a las cosas», poner el foco en la vida del novelista y científico Guillermo Enrique Hudson pero no lo hace forzando una biografía sino recurriendo a la ficción para potenciar aquellos hechos de una vida que se nutren del azar y logra así contar perspectivas y proyecciones situadas en el siglo XIX.

Guillermo Enrique Hudson (Quilmes, 1841 – Worthing, 1922), también conocido como William Henry Hudson, integró un corpus de lectura obligatoria en las escuelas con su libro «Allá lejos y hace tiempo» (1918) y fue considerado por Ezequiel Martínez Estrada como el gran autor argentino.

«Viaje a las cosas» es la segunda novela de una trilogía en la que la primera fue «Enterrados» y la tercera ya está en marcha. De ese proyecto y de la compatibilidad entre las clases y la escritura, Vitagliano (Floresta, 1961) habló con Télam una tarde antes de dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

«Durante el segundo cuatrimestre quedo más expuesto, entonces a veces no puedo escribir lo que quiero y me siento como león encerrado. Eso me pone muy mal. Con lo que pasa en el país también me cuesta mucho sentarme a escribir», explica el titular de Teoría Literaria III y también autor de libros como «Cielo suelto» o «Vuelo triunfal».

– ¿Fue la figura de Hudson la que te convocó para este libro?
– Somos lo que cada uno de nosotros proyectamos a partir de lo que soñamos ser. La novela tiene que ver con eso, con ese mito del siglo XIX, ese campo, la extensión y toda la posibilidad. Y escribir sobre un escritor que para mí seguirá siendo William Henry Hudson, no Guillermo Enrique Hudson, después de escribirla más todavía porque creo que es más argentino que la ruda. Yo era lector de Hudson y me puse a estudiarlo cuando lo dábamos en la facultad, ahí me di cuenta de que era distinto. Sobre esa escena que en la novela ocupa tres líneas, cuando él le regala un ramo de flores a la madre, me desviví buscando esas flores y hasta terminé creyendo que eran las damas de la noche. Vivía en San Isidro y llené mi casa con esas flores por la fragancia que tenían, convencido de que eran las flores de Hudson. Son las magdalenas de Proust en La Pampa y es todo un sentido de la literatura porque ¿qué diferencia hay entre un yuyo y el césped? Que uno tiene el valor de hacer césped. Pero ¿cuál es la diferencia objetiva entre una flor y otra flor? Depende cómo la mires, en qué enmarques una distinción. Y eso es lo que yo veía en Hudson.

– La novela forma parte de una trilogía. ¿Cómo ubicás «Viaje a las cosas» en ese proyecto?
– Es una trilogía donde apenas se cruzan las historias. Como para mí debe ser la literatura: sin demasiado esfuerzo en una tensión temática. Me interesa que el tema de las tres novelas es «la novela». La primera fue «Enterrados», sobre lo que puede hacer la literatura frente a la historia. En este caso era la situación de los autores, los escritores. La tercera es la novela misma como forma, por eso hay toda una problematización sobre Robinson Crusoe. La novela transcurre en Italia, con argentinos e ítaloargentinos en el 2022 y la apuesta es mostrar lo que hace la novela combinando distintos elementos. La idea era que fuera una trilogía, primero sobre la ficción, la segunda sobre los autores y la tercera sobre la novela.

– La identidad es un tema clave: desde la nacionalidad, su nacimiento en Argentina pero su escritura en Inglaterra, o la definición de él como escritor o científico.
– Totalmente, el escritor que entre los escritores no se reconoce como tal y entre los científicos es un escritor. Esa es una de las potencias que tiene la novela. Uno quiere pensarla como una narración que se acomoda a la mirada de la burguesía pero por otro lado, la novela es una manera de indagación. Creo que está la literatura y la novela, que es lo más gastado. Su modo de ser perfecta es la diferencia entre el yuyo y el césped. Bajtín decía que la novela es el único arte que está más hecho de no arte. Eso tiene que ver con que está hecha de mucho pasto. Ahí está condensado el mundo. Las novelas tienen eso: captan cómo nosotros creemos que captan las canciones pero las canciones nos ponen la música a lo que ya captamos.

Foto Eliana Obregn
Foto: Eliana Obregón

– Aparecen personajes que existieron pero por otro lado se trata de una ficción. ¿Cómo trabajaste esa tensión entre documentarte y escribir una ficción?
– Un amigo me decía «porque cuando en la novela Joseph Conrad dice» y yo pensaba «hice hablar a Conrad». Nunca me di cuenta de que hice hablar a Conrad pero creo que ese Conrad es Conrad. Por suerte no lo pensé: ese es Conrad, ese es Hudson y no quiero revelar muchas cosas. ¿Qué quiere decir los hechos significativos en una novela? Las cosas que tienen fecha son verdaderas. Ahora, las razones de por qué Conrad escribió tal cosa tal vez no, pero se pueden defender a muerte.

– Hay una línea en la novela que dice «la contundencia de ese juicio era menos un ajuste de cuentas con la verdad que la voluntad de encontrarle un lugar a su propia verdad» y justamente no está planteado como una biografía ni como un ajuste cuentas con la verdad sino que la propuesta es otra.
– Yo me veo respondiendo cosas sobre biografías o novela histórica y tengo que explicar que en realidad las novelas históricas se hacen sobre un territorio y se hace un mapa para llegar al territorio y acá el territorio y el mapa se van haciendo juntos. Eso fue lo fascinante si no, no hubiera tenido ningún sentido escribirla. Lo maravilloso era ese encuentro de una hacia la otra. Y sí, en realidad a mí me encantaba trabajar sobre elementos reales pero no me ponía un freno y de repente era escoger entre cosas. En esas novelas que juegan con esa idea de escribir el mapa sobre un territorio ya dado está la idea de si no es un ajuste de cuentas, señalás con el dedito lo que tiene que ser, y acá todo está hecho en provecho de la narración. Me imaginaba y me encantaba pensar que hay un capítulo donde se cuenta qué cuesta cada cosa. Me costó porque fui buscando en informaciones dispersas lo que valía cada cosa. Quería hacer lo que me gusta como lector: pensar cuánto valía el tabaco, cuánto se vendía una flor.

– En un país como el nuestro con una tradición inmigratoria tan grande. ¿Te interesaba pensar la identidad desde la nacionalidad?
– Yo lo pensé siempre argentino sabiendo que era inglés. Buena parte de mi vida me dijeron ‘Tano’ y ni siquiera tengo pasaporte, mi familia es italiana pero quién de nosotros no tiene estas marcas: gallego, tano, ruso, polaco. Sus textos hoy resultan más potentes cuando se leen porque se parecen a este tiempo. Son textos de ficción que están hechos como ensayos y ensayos que están hechos como ficciones.

– En tiempos tan vertiginosos, con tanta información circulando, ¿cobra más potencia la ficción?
– A veces uno comete el error de plantear literatura igual ficción y es erróneo porque la literatura puede no ser ficción y la ficción no ser literatura pero, en el caso de la literatura, pensar la ficción acompañada del lenguaje hace que la ficción tenga una potencia que no tienen otro tipo de ficciones, no lo tiene la imagen, por ejemplo. La ficción nos pone la distancia sobre las cosas. La relación entre realidad material y las preocupaciones no se dividirían en que uno es un medio del otro. Las reflexiones no son un medio de una cosa material sino que las dos son maneras de dar vueltas sobre lo mismo. Raymond Williams decía que era curioso lo que pasaba con la novela en Inglaterra porque entre 1835 y 1845 se concentran buena parte de las novelas canónicas del siglo XIX. Eso coindice con la metropolización de Londres. ¿La novela copia la realidad? No. La angustia que producen los cambios que se están viviendo empiezan a buscar una forma distinta que fue en ese momento la novela realista. Hoy destruimos la narración. Como dice Byung-Chul Han, el cerebro está contado como una novelita, la novela paranoica. Una novelita que fue escrita hace mucho tiempo pero que nadie lee. Hoy esa ficción que parece que nos consuela pero nos detiene son las series, las redes sociales.

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