En su novela «Higiene sexual del soltero», Enzo Maqueira recorre las historias amorosas de Junior Martínez durante cuatro décadas, desde la inocencia de un niño, hijo de una familia tradicional de los 80, a las de un adulto que vive las relaciones abiertas, en la que el protagonista, ya hombre, debe aprender a deconstruirse y aceptar las formas del amor del siglo XXI, tarea que comienza con un manual de sexología de 1910, libro que da origen al título de la obra.
La novela publicada por Tusquets mantiene un orden cronológico y acompaña al protagonista desde que entra en el jardín de infantes hasta que alcanza sus cuarenta y tantos. Todo ese tiempo es el que le lleva a Junior entender cómo la escuela, la familia, los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto lo configuraron para responder a un modelo de masculinidad. Maqueira señala a Télam que era imprescindible acompañar ese recorrido porque de otro modo hubiera sido muy difícil profundizar en cada uno de los matices: «Los pequeños gestos, las esperanzas y decepciones que van construyendo nuestra educación sentimental, que es también una educación sexual».
En «Higiene sexual del soltero», la educación del protagonista, la salida del mundo de los «Bárbaros» que conforman ese grupo de niños del colegio, es a través del aprendizaje que le brindan las mujeres. Es como el acto civilizatorio que realiza Gilgamesh contra su rival (luego amigo) el salvaje Enkidu, quien logra ser domesticado con el placer sexual y las enseñanzas de una prostituta. En la genealogía de esta obra escrita 2800 años antes de Cristo, la literatura de Henry Miller y el mejor George Bataille de «Madame Eduarda» se inscriben en esta novela del escritor argentino.
Maqueira, nacido en 1977 en Buenos Aires, es el autor de «Electrónica», una novela que se destaca por capturar la vida de la juventud universitaria de clase media en Argentina a principios del siglo XXI. También de «Hágase usted mismo», que recibió el premio Ricardo Rojas y fue finalista del Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón en la categoría de mejor primera novela de género negro en español.
Télam: ¿Cómo llegaste al texto de Ciro Bayo que da título al libro «Higiene sexual del soltero»?
Enzo Maqueira: El libro de Ciro Bayo estaba en la biblioteca de mi abuelo. Lo descubrí a los doce o trece años. Un manual de sexología de 1910. En una época sin internet y demasiado vergonzoso para comprar una Playboy, funcionó como mi primera revista porno y mi primera educación sexual. Cuando decidí escribir la historia de la gestación y desarrollo de un varón en nuestra sociedad, sobre todo con respecto al vínculo que a los hombres se nos enseña a tener con las mujeres, me di cuenta de que mucho de lo que yo y varias generaciones de hombres habíamos aprendido a lo largo de nuestra vida con respecto al sexo y al amor estaba directamente relacionado con esos consejos que daba este escritor español hace más de cien años: la idea de que el hombre es insaciable, que se aburre rápido de su pareja, que siempre tiene que estar dispuesto. Así apareció el libro dentro de mi libro. Y terminó por prestarle el título, que lleva esa palabra, «higiene», que ya nos habla de algo que debe ser limpiado, purificado, a lo que se le debe quitar todo viso de suciedad.
T.: ¿Crees que el descubrimiento sexual desde la educación religiosa tiene algo que ver con esa idea de la «Caída» que se menciona en la Biblia en referencia a la caída en la tentación?
E.M.: Son los últimos pasos de su infancia, pero no necesariamente los que terminan con un paraíso. Al contrario: para muchos la infancia no fue una etapa feliz. En gran parte, por las mismas cuestiones que sufre el protagonista de la novela: la soledad, sufrir la exclusión por no ser lo suficientemente «macho», sentir que alrededor se levanta una jaula que impone límites a cualquier intento de salirse de la norma. En el caso puntual de la sexualidad, es en la infancia cuando nos enseñan la represión, cuando nos quieren hacer creer que el sexo es algo que debe ser escondido. Esconder el sexo es esconder nuestro lado más animal. Reprimir, limitar, tratar de moldear la sexualidad es sembrar de obstáculos en nuestro camino más directo hacia el cuerpo, hacia ese «más allá» de nuestro cuerpo que es el orgasmo, hacia la Naturaleza en su sentido más amplio, porque se trata del motor de la vida.
T.: En la novela se mencionan algunos eventos históricos argentinos, como el menemismo y el caso Carrasco, pero de una manera un poco difusa, ¿hay una razón para mantenerlos en segundo plano en la historia?
E.M.: Trabajé con cuatro décadas a lo largo de menos de trescientas páginas, así que tenía que ser muy selectivo a la hora de describir el contexto. Me ocupé solo de aquellos hechos que pudieran tener una relación directa con lo que le pasa al personaje, como por ejemplo la muerte del soldado Carrasco y el final del servicio militar obligatorio, esa suerte de «doctorado en macho» por el que hasta 1994 debían pasar obligatoriamente los chicos después de la secundaria, y donde el machismo y el clasismo, en tándem, dejaban un tendal de heridos física y emocionalmente, además de unos cuantos muertos. Los «machos» que aprendían a torturar a sus propios soldados, como hicieron algunos militares en Malvinas, por ejemplo.
También algunas crisis económicas, porque uno de los mandatos que la sociedad nos impone a los hombres es que tenemos que ganar plata, ser exitosos, así es probable que se nos «premie» con una mujer joven y hermosa, no importa qué tan viejos seamos. Ese es el mensaje que se nos inocula. Aparece la crisis de 2001, que para Junior presupone la pérdida de una proyecto personal, pero para su papá significa la posibilidad de no ser lo suficientemente hombre como para mantener a su familia, otro de los mandatos que debemos cumplir.
T.: ¿Qué aprende Junior, el protagonista, de las mujeres?
E.M.: Todo lo que aprende, lo aprende de las mujeres. Los hombres casi no hablamos entre nosotros. Y cuando hablamos lo hacemos a medias, llenos de prejuicios, de ideas equivocadas, de imposiciones. Tenemos miedo de mostrar nuestros sentimientos, porque nos dijeron que los hombres no lloran, que significa mucho más que eso. Entonces, todo lo que decimos está teñido de esa represión profunda. Por otro lado, el sexo. No sé si es el lugar donde somos más auténticos, pero sí que es un espacio muy íntimo, mucho más cercano a lo animal, y que en ese contexto uno aprende mucho más sobre la vida, las relaciones, los deseos, incluso sobre la muerte, que leyendo manuales o viendo tutoriales sobre cómo se hacen las cosas. En el sexo se presentan la vida y la muerte. ¿Cómo no aprender en ese contexto?
En la novela las mujeres van acompañando y empujando las transformaciones de Junior, desde las primeras relaciones tóxicas hasta la irrupción de los feminismos y la posibilidad de explorar otras sexualidades más allá de la heteronorma, algo que aprende directamente de una de las mujeres de su vida. No creo que una mujer de hoy deba llegar a la vida de un hombre a ponerle límites. Tampoco al revés. Creo, como le pasa al protagonista de la novela, que tenemos que llegar a la vida del otro para allanarle el camino hacia la libertad. Ese es el verdadero amor.
T.: ¿La desconstrucción de Junior se produce sobre todo con Sony, su última relación?
E.M.: Junior repite un mismo patrón de comportamiento que es, a su vez, el que repitieron los hombres mayores que él, los cercanos pero también los que conoció en los programas de televisión y las películas que lo criaron: los hombres son infieles por naturaleza; se cansan rápido de una misma mujer; si se quedan con una, enseguida la convierten en «la bruja», una segunda madre castradora que espera en casa con los ruleros y el palo de amasar, mientras ellos salen a divertirse con otras mujeres más jóvenes que representan la posibilidad de escape. Ese patrón es histórico, todavía existe, y le hace mucho daño a la mujer pero también al hombre, que vive mintiendo, con temor a perderlo todo, con vergüenza de sentir deseo, ocultándose a sí mismo lo que siente, incapaz de comunicarse con la persona que supuestamente eligió como compañera de vida. Ese patrón tiene que romperse. Sin eso, no hay solución posible. Seguiremos pensando que estar en pareja es condenar al otro a soportarnos de por vida, o por lo menos intentaremos que eso suceda. Las nuevas maneras de vincularse, que Junior aprende en gran parte de sus amigos de la comunidad LGBTIQ+, que le plantea Sony en tanto hija de este tiempo, lo liberan de ese karma. Ya no tiene que mentir más. Ya no es necesario que reprima su sexualidad, que se esfuerce a encajar en la monogamia, que deba elegir un solo amor. Hay otras maneras de vincularse con un otro. El amor no es un recurso limitado, que deba sí o sí direccionarse hacia una única persona. Pero son cosas que aprende en el camino, a medida que va dejando atrás lo otro: lo que le explicaron en la escuela, lo que vio en su casa, lo que dicen en la televisión, lo que repitieron los hombres alrededor suyo, por más que esos mandatos escondan grandes hipocresías.
T.: ¿El feminismo es liberador como piensa el protagonista?
E.M.: Rita Segato lo dijo alguna vez: «el feminismo viene a liberar a las mujeres, pero también a los hombres». Hay situaciones por las que atraviesan los «Junior» de nuestra sociedad que él no es capaz de reconocer como un mandato del patriarcado, que sufre sin entender por qué, de dónde, cómo. Actitudes suyas que fueron aprendidas bajo la tutela del machismo, que perjudican a las mujeres que lo rodean, pero sobre todo a él mismo, que no es un machirulo ni un «hijo sano del patriarcado», sino que hace lo que puede con lo que el patriarcado le impone. Pero de todo esto se entera cuando llega una mujer que le presenta el feminismo. Y así empieza a entender, y a estar menos solo, y a darse cuenta de que tiene privilegios por ser hombre, pero que también tiene que pagar un precio por esos privilegios. Eso lo lleva a encontrar nuevos caminos. Sin el feminismo, le hubiera quedado una sola posibilidad: someterse y ser lo que la sociedad espera de un hombre, juntando frustraciones hasta reventar.