«Dirigir un museo es como afinar una orquesta de muchas voces que hacen al arte»

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Foto Nacho Snchez
Foto: Nacho Sánchez

El curador español Pablo Lafuente, director artístico Museo de Arte Moderno (MAM) de Río de Janeiro desde 2020, está en Buenos Aires para participar de la 55a Conferencia anual del Comité Internacional de Museos de Arte Moderno (Cimam) que se celebra hasta el sábado en el Mamba y, mientras debate sobre cómo deben pensarse las instituciones, se define como «gestor» a pesar de su nutrida carrera académica y defiende un tipo de democratización del acceso a las salas que trasciende la mera gratuidad de la entrada: «Creo que es necesario introducir el consumo de arte como un hábito de la clase media para así fortalecerlo».

Tras formarse como curador y dar clases en universidades de Oslo, Londres, Quito o México, Lafuente viajó a Brasil en 2013 para preparar la Bienal de São Paulo y decidió quedarse. Llegó a la imponente estructura de hormigón del Museo de Arte Moderno (MAM) de Río de Janeiro en 2020, una pieza clave del relato modernista carioca, y asumió la tarea en una primera etapa con la compañía de Keyna Eleison junto a quien ganó un concurso entre cientos de aspirantes y después, solo.

Desde entonces, intenta que la institución deje de reflejar únicamente la realidad blanca para asumir una diversidad de visiones que se negocian y se construyen. «Me gusta decir que soy un gestor. Sí, es una palabra que no es romántica. Pero en el día a día eso es lo que soy y las obligaciones diarias difícilmente dejen lugar a las preguntas valiosas. ¿Por qué estoy haciendo lo que estoy haciendo?», se interrogó ante el auditorio del congreso del Cimam durante su presentación.

En los últimos 70 años el MAM recibió a las vanguardias y la experimentación en las artes, el cine y la cultura y hoy tiene unas 15.000 obras, una de las mayores cinematecas de Brasil y conserva una gran cantidad de arte moderno y contemporáneo de América Latina.

Pero la historia del MAM también está marcada también por la destrucción: en julio de 1978 un incendio arruinó buena parte de su colección, incluyendo cuadros míticos de Dalí, Picasso, Miró, Klee, Magritte, Portinari y obras de artistas brasileños.

Gracias a las donaciones privadas, el fondo se fue reconstruyendo pero siempre con una mirada blanca y eurocentrista. El proyecto de Lafuente aboga por la diversidad, sí, pero también con un diálogo más abierto para que el arte no sea tan solo una forma de «blanquear» la culpa de tantos años de ocultamiento. Desde entonces, Lafuente se ha abocado a abrir las programaciones y los públicos.

Foto Nacho Snchez
Foto: Nacho Sánchez

– Es académico y curador, pero desde que está al frente del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro reivindica la figura del gestor. ¿Por qué?
– Bueno, es cierto que ser gestor carece del aura artística o romántica, pero coordinar un equipo y permitir que ese equipo trabaje y avance es muy complejo y estimulante aunque no tenga glamour. Hay que estar en el lugar, comprender lo que está aconteciendo y darle espacio al otro para que haga. Dirigir un museo es como afinar una orquesta de muchas voces que hacen al arte.

– Lleva una década en Brasil. ¿Cómo llegó a comprender el país, su arte y la lógica del museo?
– Son procesos que se van dando y que poco tienen que ver con las expectativas que uno tenga. Llegué a Brasil para ser parte del equipo curatorial de San Pablo en 2013, pedí una licencia de mi puesto como profesor en Saint Martins en Londres y me quedé. Comencé a relacionarme con Brasil y empecé a entenderlo mejor: Brasil es gigante con diferentes contextos y muchas brechas.

– ¿En qué se basó el proceso de «descolonización» que se propuso su gestión?
– «Descolonización»… Bueno, las palabras se vuelven un poco vacías con su uso. Creo que en el proceso de actualizar a los Museos se suele confiar mucho en el «heroísmo» o en el protagonismo del director o curador principal y eso es cuestionable. La gestión de un museo es jerárquica pero es una conversación entre muchas personas: tenemos que crear museos que entiendan y alimenten esa idea de equipo de trabajo. La descolonización no tiene que estar solo en los contenidos sino también en las metodologías de trabajo. ¿Cómo se dan las relaciones con las personas dentro y fuera del museo? Es muy importante que los procesos tampoco sean extractivistas porque es muy habitual que instituciones que hablan de descolonización no puedan dar cuenta de sus procesos internos.

Foto Nacho Snchez
Foto: Nacho Sánchez

– ¿Cuáles son los más habituales?
– Prefiero no hablar de instituciones o casos específicos. Pero por ejemplo, si querés mostrar arte indígena también deberías preguntarte cómo es tu vinculación con esa realidad. ¿Cómo nos comprometemos de forma permanente? O si querés tematizar una exposición con la cuestión de género, tal vez deberías mirar cuál es el lugar que se le da a las mujeres en la institución. No tiene sentido abordar cuestiones solamente para tematizar, si no las abrazamos como parte de nuestra realidad. Es artificial.

– La destrucción está muy presente en la historia del museo que dirige. ¿Cómo hizo para convertir eso en una proyección a futuro que no deje a la institución en lo que ha denominado como un «romanticismo de la destrucción»?
– Durante muchos años, el museo no quería hablar del incendio. Había un trauma, una vergüenza. Durante ese incendio se quemaron 80 obras de Torres García que estaban expuestas y durante muchos años nadie le prestó obras a Brasil. La cuestión no es, en respuesta a esa negación, celebrar la destrucción, sino pensar cómo crear procesos que impidan eso y que permitan que la institución continúe. Un museo tiene que imaginarse a sí mismo y pensar quién lo defendería si estuviera en peligro de extinción ¿A quiénes encantaremos para que ellos estén encantados con nosotros?

– En Brasil la entrada promedio a un museo cuesta 40 reales, ¿qué políticas de democratización pueden ayudar a frenar la caída de las visitas?
– Durante la pandemia, nosotros tuvimos una política de ingreso con entrada a voluntad. El que tenía recursos podía pagar 90 y el que no tenía, no pagaba nada. Pero eso no es suficiente. Creo que es necesario introducir el consumo de arte como un hábito de la clase media para así fortalecerlo. Nos resulta muy natural ver Netflix o la película de Barbie o los Avengers. Los museos tenemos que entender la era del consumo cultural sin renunciar a nuestro rol e identidad, pero no solo para quedarnos con su lógica porque una parte muy relevante de nuestro rol está en otra parte. Por ejemplo, en generar relaciones con distintas comunidades: los artistas, los investigadores, las comunidades indígenas, los vecinos, los curadores, es casi infinito. Es muy importante hacer una escucha activa, una que tenga obligaciones, de los visitantes para tener relaciones profundas y reales, no meramente formales y abstractas.

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